En
las últimas semanas, se han sucedido los ataques contra la llamada
escuela diferenciada, a la que se acusa de favorecer la «desigualdad»
entre chicos y chicas; razón que se esgrime, en sentencias judiciales y
resoluciones administrativas, para apartarla del régimen de conciertos
del sistema público de enseñanza. Anticiparé que estudié en un colegio
mixto y después en un instituto también mixto; y que a mi hija la tengo
matriculada en un colegio también mixto, del que hasta la fecha sólo
puedo predicar bondades. Quiero decir con ello que, al escribir este
artículo, no me mueve ningún interés, mucho menos una preferencia
personal, sino tan sólo cierta perplejidad o estupor de la razón ante lo
que, a todas las luces, es irracional.
A la escuela diferenciada se le podría acusar de
favorecer la desigualdad si en las escuelas de chicos se impartiese un
programa distinto al que se imparte en las escuelas de chicas,
presuponiendo que la inteligencia de chicos o chicas no puede alcanzar
la comprensión de tal o cual disciplina; o si se enfocase el futuro
profesional de sus alumnos de forma divergente, presuponiendo que los
chicos o las chicas no son aptos para el desempeño de tales o cuales
oficios. Pero en la escuela diferenciada no se imparte un programa
distinto, según su alumnado sea masculino o femenino; ni se pretende
encauzar la elección profesional de sus alumnos. En la escuela
diferenciada no se presupone que hombres y mujeres posean una capacidad
intelectiva mayor o menor, ni que haya oficios o habilidades que les
estén vedados. La acusación que se le hace de fomentar la desigualdad
es, pues, de una irracionalidad obscena y rampante; y lo más
desquiciante es que muchos de los que la lanzan estudiaron, aunque sólo
sea por imperativo cronológico, en escuelas diferenciadas. Y allá donde
una acusación tan obscenamente irracional se sostiene de modo tan
enconado, hemos de deducir que el sectarismo ideológico ha ocupado el
lugar de la razón.
Cuando los detractores de la escuela diferenciada
la acusan de fomentar la desigualdad hemos de entender, en realidad,
que la están acusando de contemplar las diferencias que existen entre
chicos y chicas, evidencia sobre cuya negación se erige la ideología de
género, que pretende que la diferencia sexual entre el varón y la mujer
no es una realidad innata propia del ser humano. Naturalmente, tal
afirmación es una patraña burda: pero ya se sabe que la misión de toda
ideología que se precie consiste en negar la realidad y la evidencia; y,
en el caso concreto de la ideología de género, en negar la más real de
todas las evidencias, que es la naturaleza. Porque hombres y mujeres
somos distintos: distintas son nuestras fisiologías; y distintas también
nuestras psicologías, aunque las posibilidades de nuestra inteligencia
sean parejas. Y la escuela diferenciada lo único que pretende es,
atendiendo a esas evidentes diferencias psicologías que existen entre
hombres y mujeres, instrumentar métodos de aprendizaje y asimilación del
conocimiento que, adaptándose a las particulares psicologías masculina y
femenina, extraigan los mejores resultados de la capacidad intelectiva
de chicos y chicas. A partir del reconocimiento de esta diferencia,
podremos alegar muchas razones para decantarnos a favor de la escuela
diferenciada o la mixta. Pero quienes acusan a la escuela diferenciada
de fomentar la «desigualdad» están negando irracionalmente esa
diferencia; e impidiendo que usted pueda decantarse a favor de la
escuela que prefiera para sus hijos. Quieren, en fin, imponerle su santa
voluntad; que, por ser una voluntad viciada por la ideología, será
inevitablemente más puta que santa.
Autor: Juan Manuel de Prada
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