Crónica, fotos y vídeo de Javier T, miembro del Colectivo 33, de su estancia en Roma durante la despedida del Papa.
Como a todo joven católico la
renuncia de Benedicto XVI como Papa me resultó un gran mazazo. Tenía muy
presente los últimos momentos del papado de Juan Pablo II, quien a pesar de la
enfermedad, aguantó firmemente hasta el final.
Quizás lo mejor sea no comparar,
son circunstancias diferentes y Benedicto XVI nos ha demostrado con su renuncia
un gran acto de humildad. El tiempo y la historia ponen las cosas en su sitio. Ya
habrá tiempo de conocer, con perspectiva, qué es todo lo que hay detrás de su
renuncia y darnos cuenta de la sabiduría y santidad de este hombre.
El día antes de su última
audiencia me vinieron a la mente los encuentros con el Papa a los que había
asistido: Jornada Mundial de las Familias (Valencia, 2006), Visita a Barcelona
(2010), y Jornada Mundial de la Juventud (Madrid, 2011). Me vinieron a la mente
cada uno de estos encuentros, comprobar cómo la Providencia había actuado en mí
en cada uno de estos actos a los que, en el mejor de los casos, acudía con un
saco de dormir y poco más.
Llegué justo para la última audiencia
de Benedicto XVI. Unas 200.000 personas abarrotaban la plaza de San Pedro y la
Vía Conciliazione. Era impresionante la cantidad de medios de comunicación que allí
habían presentes y el ambiente que se respiraba. Una sensación de tristeza por
la renuncia del Papa, así como de alegría por sus años de servicio a la Iglesia
Católica.
Próxima parada: Castel Gandolfo | Efectivamente,
un whats upp que recibí de un amigo español me indicaba que la despedida iba a
ser en cuatro horas a 27 km del Vaticano, en Castel Gandolfo. No tenía ni idea
de cómo llegar hasta allí, el GPS del iPhone ya me había jugado una mala pasada
el día anterior y las indicaciones que me habían hecho dos italianos para
orientarme no me ayudaban para nada.
Finalmente conseguí algo de
información, llegar en metro a la Estación de Anagnina y hacerme con un billete
dirección Castel Gandolfo.
Sabía que el servicio público de
transportes romano era malo, pero no tanto. El autobús tardó casi una hora en
llegar, cuando la frecuencia era cada diez o quince minutos. Además, finalmente,
pararía en el pueblo de al lado y de allí tendría que coger un taxi para llegar
hasta Castel Gandolfo. Lo tenía todo en mi contra.
Comenzaba a pensar qué narices
pintaba yo en Roma, por qué me tenía que haber gastado ese dinero en el billete
y por qué tener que pasar incomodidades durante estos dos días. Pero cuando
todo parecía perdido, cuando el tiempo para llegar a Castel Gandolfo era de
media hora, Dios proveyó, como ha hecho siempre.
Como de chiste, allí nos juntamos
un norteamericano, un alemán, un portugués y un español. Todos con la intención
de ir a Castel Gandolfo a despedirnos del Papa. La situación era graciosa, la
forma de comunicarnos, pero todos nos entendíamos. Además, para variar, una
italiana que esperaba en la marquesina de la estación, nos corregía cuando
intentábamos chapurrear el italiano.
Visto que el tiempo jugaba en
nuestra contra y que con el autobús no llegaríamos a la despedida, decidimos
coger un taxi.
A las 5 y pocos minutos llegamos
a Castel Gandolfo, subimos corriendo por las cuestas. Un número impresionante
de gente abarrotaba la plaza principal y las calles adyacentes. Banderas de
numerosas naciones, pancartas de agradecimiento al Papa en muchas lenguas y la
tristeza de verle por última vez era lo que allí nos encontramos.
El momento de exaltación fue
mayor cuando el Papa hacía su última aparición pública. Fue una aparición
breve, pero intensa. Una catequesis de lo que han sido sus años de pontificado:
humildad, entrega y servicio.
Cuando renuncias a tus
comodidades, lo pones todo en manos del Señor y te fías de su Providencia, te
sorprende siempre, más de lo que puedes esperar. Si no hubiese sido suficiente
con la gente que me ofreció un lugar para dormir o ducharme o con los tres
jóvenes que me encontré por el camino, entre la multitud que abarrotaba la plaza
de Castel Gandolfo me encontré con una persona a la que no veía desde hace diez
años. Le perdí la pista, siempre me había preguntado qué sería de él y ¡vaya que
regalos nos hace el Jefe!
Gracias Señor, por regalarnos
estos años de servicio de Benedicto XVI, gracias por estos días en Roma.
¡VIVA BENEDICTO XVI!
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