Decía Balmes que
los partidos «de instinto moderado y sistema conservador» se convertían
a la postre en conservadores «de los intereses creados de una
revolución consumada y reconocida»; y que, a la postre, resultaban más
útiles a la Revolución que los propios partidos revolucionarios. Así
ocurre en la cuestión del aborto, donde vemos cómo el partido
conservador se convierte, mientras gobierna, en conservador de los
«avances» del partido socialista, para que luego el partido socialista
pueda seguir «avanzando» tan ricamente, en la seguridad de que el
partido conservador conservará las cosas en el exacto punto en el que él
las dejó. Ocurrió durante los dos mandatos de Aznar, en los que se
«conservó» fielmente la legislación despenalizadora del aborto impulsada
por González, para que luego Zapatero pudiera seguir «avanzando»; y
vuelve a ocurrir ahora, pese a todos los jeribeques y pamemas que el
nuevo gobierno conservador ha probado ante la galería. Año y medio
después de que accediera al poder con mayoría absoluta, la legislación
sobre el aborto sigue siendo la que Zapatero dejó.
De este modo, tal como señalaba Balmes, los
partidos conservadores vuelven a mostrarse a la Revolución más útiles
que los propios partidos revolucionarios. Las legislaciones abortistas
siempre las impulsa el partido socialista; pero, ¿quién ha permitido que
la mentalidad abortista arraigue y se consolide cada vez más entre la
sociedad española? Sin duda, el partido conservador, dejando que tales
legislaciones se asienten. Y aun me atrevería a señalar un aspecto más
trágico: mientras gobiernan los socialistas, sus legislaciones
abortistas se tropiezan con una resistencia contumaz por parte de
sectores de la sociedad española que son naturalmente antiabortistas;
pero que, cuando gobiernan los conservadores, se relajan en su celo y
abandonan las posiciones de resistencia que habían mantenido antes. De
esta actitud dimisionaria ha tomado buena nota el partido conservador,
que así puede actuar de modo perfectamente hipócrita: combatiendo,
mientras se halla en la oposición, leyes que ni siquiera se planteó
derogar mientas gobernó, a sabiendas de que cuando vuelva a gobernar
tampoco las derogará; pero sirviéndose, entretanto, de la gente
bienintencionada que piensa -o quiere pensar: wishful thinking- que las derogará.
La ofuscación ideológica interviene luego; y el
defensor de la vida puede, incluso, llegar a la conclusión racionalmente
absurda de que, en la cuestión del aborto, el partido conservador
representa «el mal menor»; y que, por lo tanto, entre el «aborto de
izquierdas» y el «aborto de derechas» debe optarse por el segundo. Pero
el principio de que es lícito elegir un mal menor vale en determinados
casos; no así en caso de error moral, donde no es posible elegir el
«menor error». El error mezclado con medias verdades, o con
morigeraciones hipócritas, es infinitamente más perverso que el error
craso, pues el segundo provoca en la conciencia un repudio inmediato,
mientras que el primero la ayuda a «contemporizar». Dos y dos son
cuatro, no cinco ni veintisiete; si quien sabe que son cuatro se pone de
parte de quienes afirman que son cinco, por no dar la razón a quienes
afirman que son veintisiete, hace mucho más daño, pues el «error menor»
puede llegar a ser asimilado mucho más fácilmente por las conciencias
que el error craso; y la aceptación del «error menor» es condición
indispensable para que, a la larga, el error craso se imponga y triunfe.
Por eso el «aborto de derechas» es más útil al abortismo que el propio
«aborto de izquierdas». La caracterización balmesiana vuelve a
demostrarse infalible.
Autor: Juan Manuel de Prada
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