Cuando
el paro empezó a desbocarse, existía la certeza de que tarde o temprano
aquella escalada habría de frenarse; y que a continuación la tendencia
se invertiría. Tales previsiones no se han cumplido: el número de
desempleados sigue creciendo, mes a mes; y las estragadoras cifras de
paro juvenil nos revelan que la economía española ha dejado de demandar
mano de obra. Siempre se nos había dicho que toda economía genera un
inevitable «paro estructural», que se solía situar en torno al 5% de la
población activa; pero lo cierto es que tal situación idílica resulta
hoy inalcanzable, o más bien inconcebible. ¿Y si el «paro estructural»
de la economía española afectase a un 30% de la población activa?
Sospecho que esta es la dura realidad que nos aguarda; pero de la que
casi nadie se atreve a hablar. Se empieza a aceptar que el paro seguirá
creciendo en los próximos años; pero se sigue pretendiendo que tal
crecimiento será algo coyuntural y reversible, cuando la economía
española sea más competitiva.
Pero lo cierto es que la economía española ha
empezado a mostrar signos -todavía débiles- de recuperación: las
exportaciones, por ejemplo, están creciendo, prueba de que nuestros
productos empiezan a resultar más competitivos. Y lo son, precisamente,
porque su producción resulta menos costosa, porque se emplea en ella
menos gente, o porque la gente empleada cobra sueldos más míseros. ¿No
podríamos imaginar un futuro en el que la economía española fuese
plenamente «competitiva», precisamente a costa de mantener a una porción
gigantesca de la población sin trabajo, o cobrando sueldos misérrimos?
Estamos insertos en un modelo económico global, en el que el «eje de la
riqueza» parece haberse desplazado inexorablemente, relegando a los
países mediterráneos a un arrabal de irrelevancia. ¿Y si a España, en
este reparto de papeles que ha diseñado la nueva economía global, le
correspondiese sobrevivir con un 30 % de paro?
Sería una España con escasa capacidad de consumo,
que produciría en las condiciones decretadas por la economía global;
exactamente como en una fase reciente de la historia ha ocurrido con
países que se consideraban integrantes del segundo o tercer mundo, y que
hoy son «economías emergentes» (y su emergencia es, precisamente, la
que permite que economías como la española puedan ser relegadas a la
irrelevancia). Una España con unas clases medias cada vez más
depauperadas (que ni siquiera podrán echar mano de los ahorros, para
entonces volatilizados según el modelo de la experiencia piloto
chipriota), en la que la quimera del llamado «Estado de bienestar» se
habría quedado reducida a unos niveles asistenciales mínimos, a modo de
beneficencia pública. Una España en la que habría una porción nada
exigua de la población viviendo de la economía sumergida; y en donde el
peligro de revueltas sociales sería combatido por el Estado mediante el
reparto de subsidios de supervivencia entre los desempleados
«perpetuos», y mediante el acceso a un ocio barato, especialmente a
través de internet, que canalice el descontento popular. Resulta, a mi
juicio, sumamente revelador que internet siga siendo una «selva» sin
regulación, en la que cualquiera puede injuriar impunemente o
abastecerse de entretenimiento gratuito y guarrerías varias; señal
inequívoca de que en el futuro que nos aguarda desempeñará un papel
medular en el «desahogo» y «apaciguamiento» de las masas sin trabajo.
Llámenme agorero, como a Casandra; pero es lo que
creo que va a suceder, lo que ya está sucediendo, aunque nos neguemos a
aceptarlo.
Autor: Juan Manuel de Prada
No hay comentarios:
Publicar un comentario