Como matar a Dios es una empresa irrealizable o
enloquecedora que certificó el fracaso de la modernidad (ahí tenemos al
Nietzsche terminal, papando moscas en el manicomio de Jena), la
posmodernidad, mucho más cuca y bandarra, hizo un recuelo freudiano y se
conformó con matar al padre, que es como matar a Dios por persona
interpuesta, o como hacer vudú. En la versión autóctona de este vudú
posmoderno han elegido como sucedáneo de Dios a Franco; y así,
resucitando cada mañana a Franco para figurarse que lo matan, algunos
consiguen dar espesor y sustancia a sus días inanes. Yo he conocido
gente que está plenamente convencida de que la culpa de todos sus males
la tiene Franco: si la burocracia administrativa es lenta, la culpa la
tiene Franco; si el fracaso escolar en España es superior a la media
europea, la culpa la tiene Franco; si a su mujer le huele el aliento, la
culpa la tiene Franco; y así sucesivamente. Ser omnímodo y omnipotente
es uno de los atributos de Dios; y convirtiendo a Franco en responsable
de todos sus males no hacen sino divinizarlo.
La mayoría de los antifranquistas son unos pelmazos
llenos de neuras, a veces cínicos y a veces sensibleros, a veces
eufóricos y a veces depresivos, con esa tendencia a la bipolaridad y a
la autoindulgencia típica del posmoderno; y con una vocación
irrefrenable a la inanidad que disimulan sacando a Franco en procesión,
venga o no venga a cuento. Yo diría que Franco proporciona un
exoesqueleto a su vida invertebrada y chisgarabítica; e, invocándolo,
exorcizan el horror
vacui que los corroe. Claro que, si este sacar a Franco
en procesión resulta de un gagaísmo patético en los señores mayores, en
los pipiolos provoca una hilaridad entreverada de alipori. De
«franquista» motejan a Wert los pipiolos que protestan en las calles; y
lo acusan de querer volver a tiempos de Franco con su reforma educativa,
sólo porque les pide (¡de rodillas!) que hinquen un poquito más los
codos. Yo, si tuviera que injuriar a Wert, lo llamaría más bien
antifranquista, porque cuando se crece es cínico y cuando se hunde es
sensiblero.
La obsesión por mostrarse antifranquista produce
episodios de involuntario humorismo negro. Inquirida por la derogación
de la doctrina Parot, Esperanza Aguirre afirma que «los asesinos
múltiples van a tener unas penas muy pequeñas, curiosamente como
consecuencia de que se les aplique el Código Penal franquista, que es lo
que tanto gusta a los etarras». Pero Aguirre sabe bien que, durante el
franquismo, a los etarras no se les aplicaba el Código Penal, sino el
Código de Justicia Militar (muy adecuadamente, pues los etarras siempre
se han considerado gudaris en guerra con el Estado), cosa que no creo
que les gustase mucho. Tengo entendido que a los etarras, mucho más
¡infinitamente más! que el Código de Justicia Militar que les aplicaba
Franco, les gustó la ley de amnistía del 77, que sacó de la cárcel a
muchos de sus asesinos múltiples, para que pudieran seguir matando; y
las posteriores y muy buenistas reformas del Código Penal, que hicieron
necesario un chapucerísimo dislate jurídico como la doctrina Parot. Por
cierto, que cuando el código de justicia militar se aplicaba a los
etarras, a Franco le vinieron de Roma con peticiones de clemencia, como
ahora le vienen a Rajoy de Estrasburgo; y Franco se pasó las peticiones
por el forro del escroto, aunque era de comunión diaria. Pero se ve que
la religión de Estrasburgo, mucho más rigurosa, exige comulgar con
ruedas de molino, o que el forro de los escrotos es hoy menos correoso.
O será que la posmodernidad exige a los gobernantes, como a los pueblos, que sean más cucos y bandarras.
Autor: Juan Manuel de Prada
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