En los manuales de psiquiatría se estudia la afección llamada «síndrome
de Estocolmo», que aqueja con cierta frecuencia a las víctimas de un
secuestro. Tales víctimas, tras desarrollar una fuerte relación de
dependencia con su secuestrador, acaban por confundirlo con su salvador,
creyendo que su propia supervivencia depende de que el secuestrador
alcance sus fines. Así nos ocurre a los españoles, que este fin de
semana hemos respirado aliviados tras la escenificación del «rescate» de
nuestra banca, sin darnos cuenta de que quien nos «rescata» es en
realidad nuestro secuestrador, que -como afirmaba en Hispanidad.com Eulogio López- nos ayuda a endeudarnos más; esto es, a prolongar nuestra agonía.
Pero el secuestrado, en los estertores de la agonía, cree ilusamente que
ha sido «rescatado». Atendamos a las vicisitudes del sarcásticamente
llamado «rescate»: la Unión Europea concede un préstamo al Estado
español, para que éste inyecte dinero a los bancos; préstamo que, por
supuesto, habrá de devolver, pagando un interés usurario. Se supone que
quienes paguen ese desembolso al Estado español serán los propios bancos
rescatados; pero si los bancos no pagan, el Estado español tendrá que
atender igualmente las exigencias de sus acreedores europeos. Y, en
cualquier caso -paguen o no paguen los bancos-, tal préstamo aumentará
la deuda española y el monto anual de sus intereses, lo que dificultará
todavía más la consecución de los «objetivos de déficit» que nos han
impuesto nuestros secuestradores, quienes -según se especifica en el
documento mefistofélico por el que han autorizado nuestro «rescate»- nos
someterán a «continua vigilancia», para comprobar si aplicamos las
«recomendaciones» para reducir el déficit. Por supuesto, tales
«recomendaciones» (elevar el IVA, acelerar la «reforma» de las
pensiones, endurecer todavía más la «reforma» laboral, etcétera) son en
realidad de obligado cumplimiento (y aquí es donde más descarnadamente
se percibe la naturaleza mefistofélica de este «rescate», por el que el
Estado español enajena definitivamente su alma), pues, al incrementarse
su deuda, el secuestrado Estado español sólo podrá reducir su déficit
allegando ingresos; esto es, aumentando sus exacciones y reduciendo las
«prestaciones» sociales (que no son sino «contraprestaciones», puesto
que previamente las hemos pagado por vía impositiva).
Esta es la cruda realidad del «rescate» escenificado este fin de semana,
que no hace sino agravar las condiciones de nuestro secuestro. Un
secuestro que tiene su origen en la creación fantasmática de dinero, la
transmutación del dinero en una «niebla de las finanzas» que ha dejado
de ser un signo que representa el valor de las cosas, un instrumento
para el intercambio de bienes y servicios, para convertirse en un fin en
sí mismo que se multiplica caprichosamente, desligado del valor real de
las cosas. Para combatir esta creación fantasmática de dinero habría
que dejar quebrar a los bancos quebrados, restituyendo antes sus ahorros
a los depositantes; pero este «rescate», en lugar de combatir la
creación fantasmática de dinero, la alienta, a cambio de secuestrarnos
todavía más: lo comprobaremos en los próximos meses, cuando nos mermen
(todavía más) los salarios y nos inflen (todavía más) a exacciones. Pero
tal vez ni siquiera entonces nos demos cuenta del secuestro: porque
quien está aquejado por el síndrome de Estocolmo tarde o temprano acaba
ofrendándose, en un acto de inmolación bobalicona, a su secuestrador,
para que haga con él lo que le apetezca; y los apetitos del secuestrador
son siempre insaciables.
Autor: Juan Manuel de Prada
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